Con José Luis Montes se ha marchado un pedacito de la historia reciente de nuestro club. Porque como él mismo dijo, «once años de la vida de una persona son muchos como para no tener sentimientos hacia una ciudad y un club como este». Y tanto la UD Melilla, como el propio Montes compartieron ese sensación de estar en casa cuando se unieron sus caminos. Incluso cuando se separaron, el uno siempre andaba pendiente del otro. La prensa destacaba tras la noticia que se trataba de una persona que «dejaba huella». Y en Melilla dejó una impresionante. En las tres parcelas en las que trabajó como azulino, demostró su capacidad y su responsabilidad con cada uno de los proyectos que asumió como portero, secretario técnico y finalmente como entrenador.

Hablar de Montes era casi como hablar de un hombre de la casa. Su carácter directo podría sorprender de inicio, pero el que mantenía el trato acababa siendo consciente de la calidad humana que poseía «el bigote», como cariñosamente le llamaban muchos de los jugadores que estuvieron a sus órdenes durante tantos años de carrera. Superó momentos difíciles, como aquellas inolvidables trece primeras jornadas sin ganar que estuvo su Melilla en la 04-05. A partir de ahí, el equipo cogió una carrera meteórica hacia el ‘play off’ y la Liga terminó quedándosele corta. Tocó el cielo en Algeciras y Marbella, siempre como uno de los entrenadores más respetados de una categoría que estos días le llora.

Con su temprana pérdida se nos encogió el corazón a todos. El minuto de silencio en el último entrenamiento del equipo evocó la pérdida sufrida. El fútbol mereció disfrutar más de él. El banquillo del